Aprender idiomas, entender inglesALBERTO D. PRIETO
Qué importantes son los idiomas. Saber una lengua, entenderla y a sus hablantes. No es tan elemental como puede parecer. Una lengua extranjera, además de abrir puertas, te abre la mente. A través de sus sonidos, de su musicalidad, por un proceso como el de la ósmosis, te vas impregnando de la cultura de esa tierra y de los sentimientos de sus moradores.
Si el alemán suena siderúrgico y el francés amoroso, si el italiano elegante y el inglés práctico…
De pequeño, un día, escuché una canción en francés, miré a mi hermano mayor y empezamos a partirnos de risa. ¡Eso qué es! ¿Desde cuándo se canta en ese idioma? Era la época de la movida, así que sólo entendíamos que se hicieran melodías en inglés o revoluciones sonoras en español. No había más.
Con el paso de los años, en casa empezamos a dar clases particulares en la lengua de Dumas, y además de sentir envidia por la grandeur française, de vernos reflejados en (la corta estatura de) Napoleón y de apasionarme, esta vez yo sólo, con el Tour de Francia, se nos abrió un mundo entero: Edith Piaf, Jaques Brel, Aznavour, Serge Gainsbourg… Todo sonaba a frío, a posguerra, a las cosas hechas con las manos y a calles con semáforos llenas de Citroën Tiburón y guardias subidos a un pollete.
Yo me enamoré de Francia, de las francesas… las ciudades y sus chicas chic. Me hice un poco galófilo, y ecompañé a Goya en su sufrimiento por el vivan las cadenas. Supe que en otra vida querré ser républicaine. Pero en esta vida, what the hell, en esta vida soy inglés.
Ingleses son los Beatles, inglés es el dinero, el que nos robaban los piratas y el que nos sisan aún las financieras… los piratas, vamos.
Inglés se habla en Londres, que eso ya es mucho, y en inglés, por los colonos yanquis, comemos hamburguesas, vestimos vaqueros y escribimos artículos como éste en un iPad. Inglaterra no sólo nos ha dado la reina y la ginebra (la poca que dejó su madre sin beber), Trafalgar o David Bowie. Inglaterra nos ha dado el fútbol.
Joder. El fútbol.
Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es un partido del Madrid contra el Aberdeen. No se ha vuelto a oír hablar de ese equipo por estos lares. Pero, colega, aquello era una final de la Recopa, el único título oficial que se le ha resistido a los blancos. Era mayo del 83 y tras la prórroga quien levantó el trofeo (2-1) fue un tal Alex Ferguson, que todavía no era ‘sir’ pero ya mascaba chicle. Al otro lado, Di Stefano empezaba a preguntarse si los nenes del Castilla no estarían ya para ver pelis de mayores.
La grada cantaba y Gotemburgo, llena de escoceses, reverenciaba a un técnico que en siete años les dio más títulos que en el otro siglo largo de vida del club sin él: tres ligas, cuatro copas, una copa de la liga, una recopa, una supercopa europea… Y luego dicen que la túrmix la inventó Guardiola…
La grada cantaba… ¡y cómo cantaba la grada! Los idiomas, decíamos, son importantes en esta vida, pero no hace falta hablar inglés para saber cuándo estás ante una afición británica. De aquellos años también son los primeros juegos de fútbol para ordenador. Recuerdo que, más allá de sus rudimentarios gráficos, lo que más me llamaba la atención era lo poco realista de los sonidos del público… pero eso fue hasta que oí los murmullos convertirse en un coro de ‘wows’ acompasados, hasta que noté las vibraciones de un estadio al celebrar un córner, hasta que aprendí a reconocer el sonido en armonía de una afición guiri al reclamar una falta recriminar un piscinazo, hasta que escuché a Anfield cantar el ‘You’ll Never Walk Alone’.
Aprender inglés no es saber que ‘my taylor is rich’ y ‘my mother’s in the kitchen’, ni recitarlo en clase, ni cantarlo como la berrea de los Toreros Muertos. Aprender inglés es impregnarse, notar que se te eriza el vello cuando suena una patada al balón y 50.000 acervezados con pecas repiten el mismo sonido, y que lo hacen siempre.
El fútbol británico siempre es igual en sus esencias, rechaza contaminaciones del continente y sólo adopta lo que le enriquece, lo cual es una tradición bien arraigada en la clase dirigente de las islas, donde siempre se te saluda con bombín y propiedad, es decir, tomando como propio todo aquello que pueda alimentar a su serena majestad. Y por eso son tan prácticos como su idioma, que con 1000 palabras te hace un imperio. Si algo tiene el agua para que la bendigan, algo tendrá lo british para habernos marcardo el paso desde que los niños de Dickens cosían trapos y los pateaban en los callejones húmedos de sus novelas.
En aquellos 80 de reconversión industrial y mocos en el pupitre, cuestión de edad, fue cuando uno despertó al fútbol y a los Beatles. Ambos han sido la banda sonora de toda mi vida desde entonces. Quizá por eso todo encaja y mi existencia es como una canción de los cuatro de Liverpool, como todas sus canciones, todas distintas, de mil estilos, pero todas reconocibles, de los Beatles. Quizá por eso todo encaja y aquella década fue la época dorada de mi equipo, con ligas y copas de Europa encadenadas en ‘red’… hasta que llegó Yoko Ono, digo Alex Ferguson, el escoés que lo mandó todo al carajo a favor del United.
Si hay un destino, el mío estaba escrito en inglés. Por desgracia, a los Beatles no llegué para verlos en directo. Y por suerte, aún puedo ir a Anfield para sentir su música. Mejor eso, porque dicen que a los de Liverpool -y a los escoceses, entre chicles y whisky- se les entiende mal en inglés…
Publicado en revista Lineker en abril2014
@ADPrietoPYC